domingo, 15 de enero de 2017

Seré vago y brutal

Viajaremos, cazaremos en los desiertos, dormiremos sobre el empedrado de ciudades desconocidas, sin cuidados, sin penas.
Una temporada en el infierno. Arthur Rimbaud.


El año nuevo ha venido con dos regalos en uno: las cartas africanas de Rimbaud ilustradas por mi adorado Hugo Pratt. Y ha sido uno de esos regalos especiales, esos que me hago a mí misma de vez en cuando y que saboreo como si hubiera cometido un pequeño delito. Además, el librero de mi barrio es un lince. No sé si sabe mucho de literatura -cuando le pregunté por el libro y tecleó la búsqueda en su ordenador, me pregunto:" ¿Rimbaud...con B?"- pero lo que está claro es que sabe mucho de libros y me produce una gran ternura hablar con él.


Alrededor de 1873, el joven Rimbaud escribía en Una temporada en el infierno: "Volveré con miembros de hierro, la piel sombría, el ojo furioso: por mi máscara se me juzgará de una raza fuerte. Tendré oro, seré vago y brutal". 
Y aunque sus palabras tenían un ligero aire de premonición, las cartas que se incluyen en esta selección demuestran una realidad muy diferente. Acuciado por las deudas, buscando negocios que no acaban de cuajar, sin domicilio fijo, viajando continuamente en jornadas extenuantes...las cartas que dirige a su familia se diluyen en un sobrio recuento de sus penurias. 

¡Qué vida tan amarga llevo bajo este clima absurdo y en estas condiciones disparatadas!(...) ¡No puedo daros una dirección porque ignoro adónde iré a parar, ni por qué caminos o hacia dónde ni por qué razón o cómo! Es probable que los ingleses ocupen Harar dentro de poco y entonces tal vez regrese allí. 

El Rimbaud adulto que se refleja en estas páginas es un hombre preocupado por las ganancias de sus negocios, desconfiado, indiferente al mundo que le rodea, práctico y quisquilloso. En una de las cartas pide a su familia que le mande varios libros, acompañando la lista con minuciosas instrucciones de envío, precio de cada libro y hasta la librería a la que deben dirigirse para completar el encargo. El contenido de esa lista se limita a varios tratados de metalurgia e hidráulica, un libro sobre nitratos y pólvora, manuales de albañilería, de curtidor, de ceramista y hasta una guía de armas.
Es posible que no se haya escrito jamás una enumeración más explícita sobre la renuncia a cualquier tipo de actividad literaria.


Consciente de las penosas circunstancias en que vive, se lamente de cumplir treinta años, "¡La mitad de la vida!", sin haber conseguido nada. Y sin embargo, ese mismo vacío parece ser el único motor de su existencia:

Estoy exhausto. Ahora no tengo trabajo (...) A pesar de todo hay muchas razones que me impiden ir a Europa: en primer lugar, el invierno me mataría; en segundo lugar, estoy acostumbrado a una vida errante y libre y, por último, no tengo un empleo. Por consiguiente debo pasar el resto de mis días vagando entre fatigas y privaciones, con la única perspectiva de trabajar si descanso hasta morir.

Es posible que en todo este recuento Rimbaud no contase (¿cuenta alguien alguna vez?) con la enfermedad que carcomió su rodilla y se lo llevó entre terribles dolores al viaje definitivo:

Estoy tumbado, con la pierna vendada, atada, amarrada, encadenada, para no poderla mover. Parezco un esqueleto: doy miedo. Tengo la espalda desollada por culpa de la cama, no duermo ni un minuto (...) No te asustes por estas noticias. Días mejores vendrán.