Sicilia 2013. En la pequeña
población de Mascalucia, muy cerquita del Etna, Vinicio Capposela y La Banda de
la Posta anuncian un concierto. Es una noche de agosto, en un teatro al aire
libre que se va llenando poco a poco. Vinicio Capossela ejerce de maestro de
ceremonias: traje blanco, sombrero de ala ancha, barba de rabino y sonrisa
pícara. Sobre el escenario esperan varios instrumentos y un ramillete de
ancianos. El nombre de la Banda, como explica Capossela, deriva de un tiempo en
el que los salarios llegaban a la oficina de Correos (Posta) y los trabajadores se sentaban en la puerta a
esperar. Era habitual que música y canciones acompañasen la demora del servicio postal. Esas improvisadas
bandas también eran requeridas para animar cualquier evento que formase parte
de la vida social de la época como los nacimientos o las bodas (sposalizi).
Hecho el preámbulo y presentados
los músicos, arranca la polka. Durante varias horas y con ritmo frenético se
van sucediendo las mazurcas, valses, pasodobles, tangos. El de más edad de la
Banda, un viejecito casi centenario, menudo y vivaracho, anima la velada: Ogni cavaliere si gioca la sua dama!,
Cerchio!, Changé la dame!... Y a esas alturas de la noche, ni que decir tiene
que las gradas están vacías y el foso del teatro se ha convertido en una
vorágine de giros, vuelos y cuerpos que se rozan, se cruzan, se tocan, se
abrazan y separan bajo las órdenes de Giuseppe Galgano, detto Tottacreta. Sin esta descripción de un
concierto de Capossela, del que fui testigo y partícipe en una calurosa noche
de verano, sería difícil comprender el aire que destila Il paese dei coppoloni, cuarto
trabajo literario del artista.
Aquí podéis seguir leyendo: CLIC