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Lisboa |
Circula por ahí una anécdota de Emilia Pardo Bazán contada y recontada hasta la saciedad. Cruzándose doña Emilia con don Benito (Pérez Galdós) en las escaleras del Ateneo y no estando ya ninguno de los dos en la flor de la juventud, dicen que ella lo saludó con un "Adiós viejo chocho" y él le respondió con un no menos cortés "Adiós chocho viejo".
Durante la promoción de Miquiño Mío, el epistolario de ambos escritores que editó Turner en 2013 y del que soy coeditora, fueron pocos los medios de comunicación que no preguntaron por la dichosa anécdota. En aquel entonces no la conocía y por lo poco o mucho que había profundizado en la figura de Galdós y Pardo Bazán para reconstruir su relación a través de las cartas, me parecía del todo imposible que fuese cierta. Una rápida lectura a esas cartas revela, más allá de la breve relación amorosa, un profundísima amistad basada en el respeto y la mutua admiración. Aún así, intenté investigar la procedencia de la historieta, la veracidad, dónde estaban las fuentes y la fiabilidad de las mismas. Pero todo el mundo que la refería -escritores, críticos, periodistas- decía "haberla oído por ahí". Varios de esos caminos me llevaron hasta Almudena Grandes, escritora a la que varias personas señalaron como el origen del cuento. Interrogada por dónde había recogido el chascarrillo, confesó habérselo oído a su marido, el poeta Luis García Montero quién, a su vez, contó que se lo había relatado el también poeta Rafael Alberti. Y ahí se acaba el hilo de esta historia. Por desgracia no puedo acudir al insigne gaditano para que despeje mis dudas.
Hace algún tiempo leí también una reseña en la que un ilustre periodista de un no menos ilustre peridódico -se dice el delito pero no el delincuente- contaba con evidente regocijo cómo Pardo Bazán, mujer apasionada e impulsiva, había dejado olvidado su corsé en el reservado del restaurante Lhardy de Madrid, después de un supuesto "apretón amoroso" con Galdós. Hace escasamente un mes estuve en el restaurante Lhardy y el encargado me enseñó amablemente los salones del primer piso. Entre todas las maravillas y exquisiteces que componían las salas, el hombre iba enumerando con orgullo a los personajes históricos que se habían sentado en aquellas mesas. Incluso me mostró, enmarcado en una pared, un artículo de un periódico del XIX en el que se refería el pequeño "incidente" de la reina Isabel II al olvidarse su corsé en uno de los comedores privados después de una cena íntima.
Entiendo que las anécdotas de escritores constituyen en cierta forma la chicha de las tertulias literarias y que cuando se trata de revelar debilidades de los que reinan en el Parnaso, mucho mejor. Lo que ya no entiendo tanto es que se inventen esas anécdotas y se propaguen con la misma facilidad e impunidad con la que muchos le dan al clic de compartir en su muro de facebook, máxime tratándose de otros escritores, intelectuales o periodistas a los pido -ingenuamente- un mínimo de rigor.
Pero diré la verdad. También me cabrea notablemente que Emilia Pardo Bazán sea el blanco de este tipo de lisuras. Posiblemente fuese gorda, bizca y fea, pero también fue una mujer excepcional, brillante y rompedora que no dejó que ningún hombre marcase su camino. Fue una de las mejores escritoras de su época a la que sería más que recomendable releer de vez en cuando. Nos hacemos todos un flaco favor si sólo repetimos estereotipos caducados, si sólo nos fijamos en los chochos viejos y las pichas murchas.
Estoy segura que a doña Emilia le divertiría mucho mi enfado.