domingo, 24 de mayo de 2015

Vinicio




Sicilia 2013. En la pequeña población de Mascalucia, muy cerquita del Etna, Vinicio Capposela y La Banda de la Posta anuncian un concierto. Es una noche de agosto, en un teatro al aire libre que se va llenando poco a poco. Vinicio Capossela ejerce de maestro de ceremonias: traje blanco, sombrero de ala ancha, barba de rabino y sonrisa pícara. Sobre el escenario esperan varios instrumentos y un ramillete de ancianos. El nombre de la Banda, como explica Capossela, deriva de un tiempo en el que los salarios llegaban a la oficina de Correos (Posta) y los  trabajadores se sentaban en la puerta a esperar. Era habitual que música y canciones acompañasen la demora del  servicio postal. Esas improvisadas bandas también eran requeridas para animar cualquier evento que formase parte de la vida social de la época como los nacimientos o las bodas (sposalizi).
Hecho el preámbulo y presentados los músicos, arranca la polka. Durante varias horas y con ritmo frenético se van sucediendo las mazurcas, valses, pasodobles, tangos. El de más edad de la Banda, un viejecito casi centenario, menudo y vivaracho, anima la velada: Ogni cavaliere si gioca la sua dama!, Cerchio!, Changé la dame!... Y a esas alturas de la noche, ni que decir tiene que las gradas están vacías y el foso del teatro se ha convertido en una vorágine de giros, vuelos y cuerpos que se rozan, se cruzan, se tocan, se abrazan y separan bajo las órdenes de Giuseppe Galgano, detto Tottacreta. Sin esta descripción de un concierto de Capossela, del que fui testigo y partícipe en una calurosa noche de verano, sería difícil comprender el aire que destila Il paese dei coppoloni, cuarto trabajo literario del artista. 

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