viernes, 26 de abril de 2019

26 de abril


Hoy es el cumpleaños de mi padre. En la foto estamos dando su último paseo, aunque entonces ni él ni yo lo sabíamos.
Algunas veces repetía, como una canción aprendida, que se iba a morir pronto. Yo espantaba sus palabras con bromas exageradas, daba manotazos al tiempo como quien espanta moscas pertinaces.
Los últimos años fueron años de paciencia y hospitales. Estas cosas son latosas, decían los médicos, y su padre es ya mayor. Cuando estaba mejor, salía de la habitación despidiéndose del compañero de turno: "Vamos a dar un garbeo". Mi padre tenía un sentido de humor peculiar, un poco rústico y acharnegado para la retranca gallega.
Del día de la foto sí que recuerdo la presión de su brazo huesudo sobre el mío. Íbamos muy despacio, tal vez no tenía muchas ganas de caminar, pero no quiso contrariarme. La enfermedad lo fue succionando desde dentro hasta convertirlo en un pajarito desplumado. Cuando se veía las piernas de alambre siempre repetía: " Ya me explicarás...mira qué piernas...vaya mierda de tío". Aprendí a hacer como que no lo oía, a cambiar de conversación, a guasearme de sus miserias hasta hacerlo sonreír. Pero lo cierto es que sí lo oía. Lo cierto es que tenía razón.

Algunas tardes primaverales me da por extrañarlo. Siento que no esté aquí, que se hayan terminado para él las brisas cálidas y la luz que presagia la plenitud del verano. Y si pienso en él nunca lo recuerdo en su escenario habitual, ese banco del paseo marítimo donde se sentaba al sol, fatigado, con su boina y su bastón o las innumerables habitaciones de hospital.
Si pienso en él, lo veo en las calles de una primavera barcelonesa con el futuro colándose entre las primeras hojas verdes. Quiero pensarlo ligero, llevándome de la mano Ramblas abajo, camino del mar. Los dos solos, dándonos un garbeo.
Felicidades papá.

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