viernes, 13 de marzo de 2015

Territorios



Mi padre tiene las manos grandes. Cuando era pequeña podía sentir la superficie rugosa y amplia  que me envolvía al cruzar una calle o atravesar una multitud. Más que una mano, mi leve conciencia infantil comprendía que aquel tacto áspero pertenecía a un territorio. Un lugar blindado a la maldad, un paisaje propicio donde siempre me reconocía, donde siempre me sentía a salvo.

La pasada nochebuena le di la cena en el hospital. Sus manos temblorosas apenas podían sostener la cuchara. Varios meses de enfermedad lo habían absorbido por dentro y por fuera dejando en su lugar una especie de pájaro desplumado que no acababa de comprender qué hacía allí. A pesar de eso, me sentí feliz. Mis manos no son tan grandes como las suyas, pero en aquellos momentos pensé que ambos volvíamos al territorio amarillo de la infancia.
Después, lentamente, su cuerpo y su mente han ido recuperando parcelas de la realidad. En las últimas semanas, me pedía que le encendiera la televisión antes de marcharme, para ver "el parte". Al día siguiente, con una furia inocente, despotricaba contra el gobierno y me hacía reír con sus planes incendiarios.


El domingo pasado estuve con él  paseando por el jardín del hospital. Camina titubeante, con pasitos cortos y a partir de ahora necesitará bastón, pues algunas veces pierde el equilibrio. Tuvimos que sentarnos a descansar un rato en un banco, debajo de una mimosa exuberante. Me fijé en sus deportivas flamantes, recién compradas para la rehabilitación, en el chándal demasiado grande y en sus manos, más pequeñas ahora, más suaves y frágiles.
Hoy ha vuelto a casa y lo primero que ha pedido ha sido un plato enorme de patatas fritas.

A veces me da por pensar que estos meses de agonía, cuando no era más que un cuerpo inerte lleno de tubos, fueron una especie de despedida anticipada. Un entrenamiento para el definitivo adiós, cuando se irá, no en medio de una hecatombe de lágrimas, sino como un pajarillo que se repliega sobre sí mismo, en silencio, sin que nos demos cuenta.

Estoy segura de que entonces no querrá que lo acompañe a ese nuevo territorio, pero ahora -no sé ni quiero saber por cuánto tiempo- ha vuelto a casa.

8 comentarios:

  1. Enhorabuena. Preciosas tus palabras, tu padre debe estar muy orgulloso. Un hospital sí que es un sitio inhóspito. En casa todo irá mucho mejor, que lentamente se vaya recuperando. Así lo espero.

    Un enorme abrazo.

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    1. Muchas gracias. Sí, Ahora queda un largo camino de recuperación. Un beso.

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  2. No hace falta que te diga que te comprendo perfectamente, mi querida amiga. No puedo añadir más, aunque podría decirte muchas cosas, pero que muchas, pero este formato me deja frío para todos los sentimienientos que me acunan todavía.

    Besos y un fuerte abrazo.

    PD: No te olvido.

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    1. No hace falta decir mucho, basta con estar ahí. Un enorme abrazo.

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  3. Pues yo no sé qué decir (o escribir). Como dice Moisés, que la recuperación sea buena...
    Un abrazo.

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    1. Sí, poco se puede añadir...estas cosas, cuando le pasan a otro, a mí también me dejan muda, sin saber qué decir o hacer. Se agradece el abrazo virtual. Un besazo.

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  4. Y resulta que una etapa de la vida a la que generalmente se teme y se considera amortizada, de sobra, puede ser hermosa y trascendental. Qué palabras, Lula.
    Saludos.

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