lunes, 26 de junio de 2017

Historias napolitanas (1)


Nunca había subido en ascensor a una iglesia. Imagino que para los fieles no habrá ilusión más palpable de subir al cielo que la de darle al botón del segundo piso. Pero no es esta la única rareza que alberga la capilla de Santa María del Parto, en pleno barrio de Mergellina. El párroco charla en la acera con dos mujeres, en cuanto me acerco saca sus llaves del bolsillo y me abre una puerta estrecha indicándome hacia el fondo, donde está el ascensor. Resulta un tanto extraño aparecer de pronto en un rellano con un enorme cristo crucificado rodeado de velas eléctricas, pero no negaré que tiene su parte divertida.



La construcción de la iglesia fue financiada por Jacopo Sannazaro en un terreno de su propiedad. Es posible, incluso, que el nombre de la parroquia derive de unos versos del excelso autor de la Arcadia. Detrás del altar, oculto tras unas imágenes toscas y sin valor alguno, se encuentra el verdadero tesoro: la tumba del poeta. El monumento, en mármol blanco, reproduce escenas de la Arcadia en sus bajorrelieves, custodiados por dos estatuas imponentes de Minerva y Apolo. Sin embargo, no es eso lo que puede leerse en las inscripciones inferiores. Los nombres de los dioses paganos han sido borrados por una mano “piadosa” y sustituidos por los de David y Judit. Cúpulas y paredes aparecen decoradas con escenas del Parnaso y de las Musas…imagino que hubiera resultado más costoso “cristianizar” todo aquel canto a la creación literaria.









Mientras contemplo absorta todas aquellas maravillas escondidas en la trastienda de la iglesia, el párroco pasa a mi lado camino de la sacristía. No sé qué pensará, después de tantos esfuerzos por ocultar el origen pagano del lugar, cuando el único atractivo del templo sigue siendo la tumba de un poeta.
Otra de las curiosidades de esta capilla es un cuadro de San Miguel matando al demonio en forma de dragón. Aunque este ser malévolo aparece representado con la cara de una hermosa mujer, Vittoria d’Avalos, de quien el cardenal Carafa se enamoró perdidamente. Rechazadas sus pretensiones por la bella y discreta Vittoria, el cardenal perdió el juicio y como venganza encargó este cuadro al pintor Leonardo da Pistoia. La mujer objeto de sus tormentos era al fin vencida por el arcángel. Debajo del cuadro puede leerse la inscripción que el rencoroso cardenal mandó colocar: “et fecit victoriam aleluya”.




Salgo a la calle buscando el mar. El aire primaveral sigue siendo demasiado frío a pesar del día luminoso, casi cegador. Dicen los napolitanos de una mujer hermosa y seductora que è bella comme il diavolo de Mergellina. No sé por qué pero pienso ahora que la verdadera victoria reposa en ese dulce diablo que sonríe a los pies de San Miguel.

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